31 de diciembre de 2015

Premios «Iconoclastas lingüísticos» 2015


Bienvenidos, dilectos seguidores, a la tercera edición de los premios «Iconoclastas lingüísticos», galardones simbólicos con los que intentamos glosar con santa ira y señalar con dedo acusador las afrentas más vergonzosas cometidas contra la lengua, en público y por escrito, por profesionales de la palabra: escritores, periodistas, profesores, traductores, etc. Es necesario señalar una vez más que la gravedad del error va en relación directa con la relevancia del cargo, dignidad y gobierno de sus autores, así como con su capacidad de convocatoria y difusión.

Como de costumbre, hemos repasado todo lo publicado en nuestra cuenta de Twitter (@Patiortografico) durante el año que termina hoy, pero con respecto a las dos ediciones anteriores hemos decidido introducir una novedad: hemos hecho una selección —laboriosa, dificilísima— de entre la infinidad de atentados contra la norma comentados durante 2015 y les presentaremos a continuación una terna de pecadores sin más orden que su aparición cronológica en nuestra cuenta; ustedes, estimados seguidores, serán los encargados de determinar con sus votos cuál debe ser la clasificación final y a tal efecto, aprovechándonos de las encuestas de Twitter, dispondrán de un tuit con el que dejar constancia de sus preferencias. Únicamente les pedimos que, a modo de jornada de reflexión, antes de emitir su voto tengan a bien leer las líneas que siguen a fin de tomar una decisión informada. En su sindéresis confiamos.

Antes de entrar en materia, deseamos transmitir nuestra enhorabuena más calurosa y nuestro agradecimiento sincero a los premiados por las risas que nos han provocado y por las que, a buen seguro, todavía nos van a brindar.

Allá vamos. Salud y buen humor.

  • El último sábado de febrero el diario La Razón —sí, ese que en su cabecera asevera que les gusta España; la lengua española ya no les debe de gustar tanto, visto lo visto— nos propinó un susto de muerte (lean este tuit y su hilo, por favor), nada más y nada menos que en todo un titular de portada, con un *deshaucios. Confesamos que una ambulancia nos tuvo que socorrer y trasladar de inmediato al centro de salud más cercano para que nos colocasen en su lugar natural la mandíbula que se nos había desencajado. Aún nos duran hoy en día las molestias de aquella dislocación de la hache y del maxilar inferior. Se podrá alegar que el error no es tan grave, que es una simple errata en la que solo ha bailado una letra —que no, que son profesionales de la palabra, leñe—, pero es que el espíritu, queridos seguidores, es otro: es inaceptable, totalmente inadmisible, que ese gazapo haya llegado a ver la luz, porque ¿por cuántos ojos habrá pasado esa portada antes de su publicación? ¿Cómo es posible que a nadie en la redacción de ese diario le hayan saltado las alarmas ortográficas? ¿Cómo no ha dudado nadie? ¡NA-DIE! Increíble. ¿Quién es el responsable? Hagan sus apuestas, pero por lo que a nosotros incumbe no hay otro que la autoridad máxima de ese diario: el director, don Francisco Marhuenda. También es obligado en estos momentos tener un recuerdo cariñosísimo para todos aquellos diarios que, como hemos leído por ahí, «con los recortes de personal perpetrados bajo el pretexto de la crisis económica lacerante han forzado a que muchas redacciones prescindan de la figura esencial del corrector». No contentos con eso, los periodistas de La Razón nos agreden en el antetítulo con su cosmopaletismo: El Consejo de Ministros aprueba un pack de medidas sociales. ¿Pack? ¡Por favor, por favor, por favor! ¿Ya no hay conjuntos, paquetes, surtidos, colecciones, partidas ni series? Y dicen que les gusta España... no podríamos haber tirado 1,80 € de peor manera.
Nos gusta España. El español, no tanto.
El periodismo patrio, ese gran *deshauciado.
    • Ya en octubre —como quedó recogido en este blog en la entrada El que al cielo escupe—, el miembro de la Real Academia Española don Arturo Pérez-Reverte nos daba una memorable lección de ortografía con un *tí coronado con una hermosísima tilde. No contento con eso, lo redondeó con una excusa peregrina en la que señalaba al sistema educativo —la culpa es del profesor, siempre del profesor— que había sufrido en su niñez, allá por 1955. Para vergüenza de uno de los cabreados patrios más prolíficos, la propia RAE tuiteó que «en la ortografía académica nunca se ha prescrito tilde para esa voz»... Pero eso no es todo, porque dos meses después el académico que dice tuitear desde un bar  —suponemos que lo hará por conseguir wifi gratis y no por consumir alcohol, Dios nos libre de acusarlo de ningún exceso, por favor— aconsejaba en un hilo no hacer caso a la RAE y mantener la tilde en *«sóla». Se conoce que los vapores etílicos de los combinados que consumían los parroquianos aquel día embotaron sus potencias, porque la RAE tampoco ha prescrito la tilde para esa voz. Jamás. Ahora vas y lo cascas, abuelo... Se lo dicen unos de Así está el patio ortográfico.
A *tí, chaval, a *tí.

La culpa es de nuestro sistema educativo, que va mu malamente, desde 1955.


Ahora vas, y lo cascas...

¡Voto a bríos! ¡Defenderé la tilde en «sóla» hasta la muerte, bellacos de la RAE!



  • Y por último, para cerrar nuestro podio anual de la ignominia lingüística, este mes de diciembre hemos descubierto que el doctor en Filología Románica Leonardo Gómez Torrego, una de las máximas autoridades patrias en gramática normativa, tiene a la venta desde hace unos años un libro titulado Ortografía fácil de la lengua española en cuya portada la agencia creativa Morato+Infinito —en la página legal, cuya imagen reproducimos más abajo, figura esta agencia como titular de los derechos de la portada—, de la que es cliente la editorial Espasa, se tomó la libertad de infringir una de las normas explicadas en el propio manual. ¿Pero a qué mente brillante se le pudo ocurrir la inclusión de ese súper (supermercado) en la portada? ¿Qué creativo publicitario ágrafo, qué diseñador gráfico inconsciente de pluma colorista y mente opaca tuvo la osadía? ¿Cómo pudo consentir la editorial semejante ocurrencia? ¿En qué momento de debilidad y ofuscación transigió el doctor Gómez Torrego con esa aberración? ¿Por qué no está secuestrado ese engendro? (Nos referimos al libro, no al creativo publicitario, que quede muy claro, por favor). ¡Qué tiempos aquellos en los que Espasa era sinónimo de cultura, fiabilidad, credibilidad e infalibilidad! Nosotros nunca permitiríamos que nuestro nombre figurase en la portada junto a un error —eso no es una errata— de esa naturaleza y calibre, y menos precisamente en un manual con ese título y contenido. Imaginemos que en la portada de una publicación figurase una calumnia o una difamación... ¿A quién tendría que señalar el deshonrado en su demanda? ¿Acaso no podría y debería demandar tanto a la editorial como al firmante y que ellos, si lo considerasen oportuno, ajustasen cuentas con sus subcontratados? Por cierto, no podemos dejar de señalar que en ninguna publicación se puede justificar ese dislate ortográfico bajo el pretexto simplón de cuestiones publicitarias y licencias de diseño, pero mucho menos todavía en un manual de esa materia y con ese título. ¡Jamás!
¿Súper? ¿Sánchez Romero, Lidl, Mercadona, Consum o Familia?


¿Y si, por motivos publicitarios, le añadimos una palabrita a la portada?

Y ahora, dilectos seguidores, ¡a votaaaaaaaaarrrrrr!

Muchas gracias por participar. Salud y buen humor.

Premios «Iconoclastas lingüísticos» 2014
Premios «Iconoclastas lingüísticos» 2013

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